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Mostrando entradas de febrero, 2013

Entrevista en Monolito III

Amigos, esta vez les quiero compartir la entrevista que le hicimos al poeta, editor y amigo Mario Islasáinz en el tercer número de Monolito . Habla acerca de su inicio en el mundo de las letras, su quehacer literario y la realidad del escritor en México. Fragmentos: “Tempranamente gracias a la soledad de vivir en provincia bajo la férrea mirada de una tía académica quien tenía una amistad epistolar con Rosario Castellanos, misma que la dotaba de muy buenos libros alimentando la pequeña, pero exquisitamente nutrida biblioteca que existía en casa”. “ A mí nadie me dio nada, fui a buscarlo hasta donde no me llamaban,   recibí bofetadas por ser un desconocido en estas lides, pero jamás retrocedí, siempre fui hacia delante con mis propios medios, así me fui haciendo, en los bares acercándome, en los encuentros, en las presentaciones de libros, en fin, siempre discreto aprendiendo y aprehendiendo, de ahí que cuando te cuesta tanto lograr algo entre tanta egolatrí

Novelita

Pobre, pobre hombre tan triste. Se sienta en una vieja silla, abre un libro con cierto dejo de escepticismo; hojea la novelita, saltan aromas que le recuerdan a ella; y las sensaciones que le producen son tan de ella. La recuerda y deja el libro a un lado. Cierra los ojos con la cabeza recargada en el respaldo de la silla, y comienza a leer su tristeza.

Revista literaria Suicidas Sub 21

Amigos, hoy les comparto este enlace al blog de la revista literaria Suicidas Sub 21 (Perú) en donde se publicó un texto de mi autoría. Han reiniciado actividades y por ello los invito a entrar al enlace donde encontrarán textos de interés. http://suicidasub.blogspot.mx/2013/02/carta-de-julio-cortazar-octavio-paz-el.html

Extracto de un capítulo

Allá cada atardecer es una muerte y una resurrección. El fin del mundo. Por la noche: el juicio interno; impones tus propias penitencias; tratas de indultarte: algo no te lo permite. Así, en un pueblo playero al norte de Veracruz me remonto. Veo detrás de mí una precaria casa que en años de infancia se llenaba de arañas, la hacían su hogar por meses, hasta que regresábamos en familia, cada vez que nos acordábamos de ella, y entonces a fumigar embarazados de terror, luego, el gozo del que solo puede enamorarse el citadino. Sin embargo, las tardes ahí eran un eclipse magnánimo, las palmeras tranquilas bostezaban, al fondo el oleaje rebasaba calles de arena, palmas secas esperan apiladas ser fogata; las casas vecinas abandonadas, con los terrenos sucios de naturaleza muerta, luego quedaba quieto: el entorno, sin darme cuenta, me hizo suyo y frente a mí mismo, sintiendo como todo lo realizado y realizable no tiene ningún valor en un momento así, en el que te enfrentas a la pequeñez